martes, 4 de marzo de 2014

El veterano




Le falta una pierna. Lo noté apenas entré en la sala; tenía la prótesis en sus manos y alguien me dijo en voz baja: “lo mutilaron en Angola”.
Era uno más de los tantos cubanos que fue a África en su juventud a morir o a crecer, en los años 70 y 80… no le di mucha  importancia, salvo por una mirada de solidaridad, y hasta cierto respeto infundido por las circunstancias que lo dejaron así.
Pero él no es más que eso, un símbolo mustio de aquel altruismo fervoroso, que a muchas familias cobró un alto precio.
Hablaba rápido, como atropellando las palabras y dejando ideas inconclusas que se truncaban con otras. Mas en aquel tropel de expresiones quedaba claro “lo difícil que se ha vuelto la vida en este país” y lo explicaba con las más diversas razones (algunas atinadas  a mi juicio, otras no tanto).
Hizo malos chistes, supongo que los inventaba para burlarse de lo que le duele de esta sociedad: las viviendas deterioradas,  lo caras que son aquí las cosas indispensables, los salarios que no alcanzan… y su pierna postiza que sueña cambiar algún día por una prótesis moderna.
La dueña de la casa, me miraba y sonreía compasiva ante el frenético discurso de aquel señor, a quien yo ya había catalogado como otro hijo descalabrado en los vaivenes de la madre Revolución.
Sin embargo, aquel hombre, con su extraña sonrisa y la mirada anclada en algún recuerdo, exhaló más calmado una frase dramática, cuando ya sucumbía la exaltación:
 “…déjenme aquí, con el picadillo de soya… tal vez en otro lado estaría peor.”
Hay muchos cubanos así, que la necesidad les ha mostrado -quizá con más crudeza- las cosas malas que enferman a esta sociedad, pero creen en lo bueno que nos queda y en lo que está por venir, aunque no anden gritando consignas, ni se les antoje desempolvar discursos de barricada.
Habrá siempre quien no se acostumbre, pero la opinión activa y crítica, que alguna vez se malinterpretó, trasciende ahora las paredes del hogar o la informalidad de una simple conversación, y se expresa -con más o menos claridad- en diferentes aristas de la dinámica oficial de la nación.
Para bien, aunque no con la celeridad que algunos ansían, esta parece la época de los cambios que moldearán el futuro más próximo del país, y el diálogo, la diversidad en el debate, son también efectos de estos tiempos.
Lo cierto es que la mayoría continúa apostando por un modelo que en el mundo se vende como caduco ¿Será que a la gente de aquí le funcionan todavía en el motor de las emociones aquellas historias de héroes y barbas nuestras, o que prefiere gobernarse aun con los altibajos de quienes fueron aprendiendo sobre la marcha la pesada lección de construir un país?
A nadie extrañe nunca que alguien juzgue con dureza esta sociedad, pero se afiance en ella y prefiera vivirla a pesar de la posibilidad de alejarse en busca de mejores oportunidades económicas.
Ya no vence el temor al lobo capitalista cuyas maldades hacían la moraleja de “allá es malo, aquí es mejor… si te vas eres escoria, si te quedas eres cubano”; afortunadamente, ahora en Cuba se mira más lejos y ser cubano se trata de algo más que de la decisión de dónde habitar.
Como el veterano, cada uno tiene su modo de asumir este país sin cortar las amarras de la historia, hoy los más siguen buscando el mismo horizonte, pero esta vez sobre aguas nuevas.
           

jueves, 12 de diciembre de 2013

Secretismo... per omnia saecula saeculorum


Un profesor nos decía en la Universidad que si de algún tema todo el mundo cree saber en Cuba es de Periodismo. Yo creo en el derecho de la gente a decir lo que opina de la prensa; a enjuiciar sus limitaciones y a sugerir desde cualquier espacio, los cambios que estime convenientes y los temas que le interesa ver en los medios. Eso enriquece la labor periodística y habla mucho del interés de los ciudadanos por su prensa.
Pero solo ejerciendo esta profesión me di cuenta de lo que en realidad quería decir el profe, no hay mejor lección que escuchar las orientaciones de algunos directivos de entidades, que casi nunca son graduados de Periodismo, ni sugieren desde su rol de público, sino que dicen “escribe esto” o “esto no lo puedes publicar”… y peor aún, hay quienes dicen cómo redactar.
Recuerdo ahora mi primer reportaje sobre zafra, hace casi tres años, cuando un cuadro del antiguo Grupo Empresarial Azucarero, me exigió apagar la grabadora y tomar nota de lo que me dictaría, al estilo de una maestra de primaria en la clase de Lengua Española.
Hace unos días, mientras buscaba datos para escribir un comentario acerca de la venta liberada de gas licuado, hallé respuestas inimaginables
Desde el primer momento “me aclararon bien” -reiterándolo tres o cuatro veces- que no podían ofrecer datos sobre el experimento, más allá de los notificados en la nota de prensa del diario Granma y algunas precisiones adecuadas al caso de Santiago de Cuba. La orientación, dijeron, venía “de arriba”.
Intenté entonces que me dijeran cuántas personas en esta provincia recibían antes del experimento el servicio de gas licuado mediante la venta normada. Y ahí comenzó la nebulosa ruta del secretismo.
“Me están haciendo señas aquí de que no debo dar ninguna cifra”   -contestó por teléfono un funcionario.
Recurrí entonces al director de la Empresa, quien con mucha amabilidad detuvo sus funciones para atenderme:
“Ese dato habría que buscarlo”- fue la primera respuesta, y me sentí esperanzada… pero luego:
 “¿Pero para qué quiere saberlo, si lo que tiene que publicar es la información que le dimos en la nota de prensa?”… “Esto no es secretismo, pero tenemos que intercambiar después para que me explique por qué necesita conocer ese dato…”
Sobre esas evasivas, no opinaré, saca tus conclusiones.
Sin embargo, entiendo que muchos asuntos debe ser manejados en secreto, si su publicación pone en peligro el desarrollo de programas económicos, en un país cuyos socios comerciales son asediados y multados por Estados Unidos; pero todavía espero que alguien me explique cuánto puede dañarnos que la prensa obtenga la información necesaria para razonar en torno a aspectos de tanto impacto en la cotidianidad. A veces hasta el más insignificante detalle cuenta.

martes, 3 de diciembre de 2013

Más sobre el caso de la anciana secuestrada por su esposo



Esta casa ha estado confinada Cristina

En pocos días pondré fotos y testimonios sobre este caso. Cristina fue liberada y tanto ella como su esposo e hija fueron hospitalizados para tratarlos por los trastornos psicológicos que presentan. Su casa ha sido reparada.

Deliciosa y barata


Foto: Carlos Sanabia

Repican las manos sudorosas sobre el tambor, suenan también sartenes, cencerros, una corneta china y viejas piezas de hierro, una multitud viene tras los músicos.
Bailan frenéticamente, sudan, cantan y se contonean, tan juntos que rozan las manos y las piernas el cuerpo del otro.
Deliciosa y barata: así va la conga por esta ciudad de casas diversas. Negros, mestizos y blancos son  arrastrados por el contagioso ritmo.
Su nombre le viene de La Tata Cuñengue, personaje de un leyenda africana que al bailar aplastaba a todos los animales dañinos.
El toque caliente y sensual, vulgar y tentador, es un convite que no desprecian ni los más educados e instruidos que, aunque no se atrevan a meterse en el tumulto, siguen con los ojos el andar de la turba.
La conga vive en los barrios “perisféricos”, gracias hombres y mujeres que pasan 8 horas laborando y regresan a casa cuando el sol se apaga; gracias, también, a otros hombres y mujeres, que  deambulan vendiendo ilícitamente todo tipo de productos, sin los límites que imponen la moral y la ley.
Ahora todos van allí, coreando los versos de un canto sin poesía ni belleza, un reto a las buenas costumbres.
Los más viejos, desde sus sillones, miran el espectáculo y sonríen. A su memoria regresa la primera mitad del siglo XX, cuando en la extrema pobreza la conga ayudaba a los discriminados y desempleados, a escapar de su realidad miserable. Así sonaba también la época de comicios.
Cuentan que la conga nació como protesta de los campaneros esclavos del siglo XIX, quienes hacían tañer las campanas con su música negra durante eventos de blancos para manifestar rebeldía contra la prohibición de sus fiestas litúrgicas. Ahora es la música preferida en los carnavales.
Julio es el mes de la conga, las congas de todos los barrios santiagueros salen el día 17 en invasión, a rivalizar con sus toques mientras los bailadores levantan los pies alternativamente y mueven con gracia todo el cuerpo.


lunes, 4 de noviembre de 2013

El síndrome de la falsa unanimidad

Casi todos hemos sufrido en carne propia esa desgastante lisia de pensar diferente y decir lo mismo que dicen otros, que tal vez soportan en silencio el mismo síndrome.
A menudo, luego de encuentros gremiales, vecinales, administrativos y políticos, la gente queda hablando en voz baja de cuestiones que no defendió durante la reunión. Por lo general,  aquellos asuntos, que hubieran disgustado a los decidores porque evidencian una posición diferente mueren en conversaciones de pasillo y dejan a mucha gente decepcionada de los mecanismos para ejercer el derecho a expresarse con franqueza, sin la posibilidad de represalias.
Lamentablemente aún se toma a mal la diversidad de criterios en cuanto a temas de interés colectivo y la utilidad del debate queda reducida a la aprobación, o cuando menos a la resignación, ante decisiones preconcebidas que la reunión solo puede legitimar, y casi nunca enjuiciar o desestimar.
Y duele ver cómo esto acontece en buena parte de los espacios que tenemos para la discusión, precisamente ahora que hay que revolucionar la Revolución, para hacerla más sólida y despojarla del formalismo y de la realidad escrita en los papeles que no siempre se parece a lo que hay en la calle.
Es inquietante el desestímulo que provoca esto en las personas, pues les impide encontrar alternativas surgidas del consenso y no llegadas a la base por el carril vertical de las jerarquías.
Por eso, apostar por la pluralidad de opiniones en vez de asumir las divergencias como debilidades del carácter o de la ideología, es también una actitud revolucionaria, y aun enriquecedora. De la confrontación fecunda y útil, solo puede obtenerse lo mejor para el colectivo, y si no es así, si las cosas no resultan como se esperaba, entonces queda la posibilidad de revocar.
Pero esa es otra capacidad que nos ha afectado el síndrome de la falsa unanimidad: decidir hasta qué punto ha sido eficiente un mecanismo, una norma o un directivo.  Generalmente, el desinterés que provoca no haber sido escuchados, hace que nos desliguemos de las consecuencias de la decisión tomada y si no marcha bien el asunto, optamos por aceptar que otros lo deroguen o lo enmienden; y peor aún, si lo que no “funciona” es la persona que ocupa un puesto de dirección, nos limitamos a aceptar su renuncia o a no reelegirla, casi nunca aparece “el atrevido” que, siguiendo un consenso tácito, se atreve a proponer su destitución.
Lo anterior, como se ha dicho, puede ocurrir en las reuniones; sin embargo ese no es su único escenario. Cuántas cosas ven el trabajador y el estudiante en su centro o el vecino en el barrio, que van en contra de las normas y principios de actuación establecidos, pero como los directivos también lo ven y lo aceptan, no se animan a plantearlo, ni a exigir que se transforme lo que está mal.
Uno solo, como un Quijote contra el mundo de la chapucería, de la doble moral y de las imposiciones, no puede hacer mucho por destruir esta inercia de ovejas obedientes que a veces frena la eficiencia, el bienestar, las iniciativas.

El tiempo de cambiar se nos acaba



Los cubanos vivimos haciendo compromisos; tal vez los hayas hecho en tu centro de trabajo, o en las organizaciones de masas y profesionales a las que perteneces.
Ante lo mal hecho, ante los incumplimientos, ante los errores, prometemos cambiar, no volver a tropezar con la misma piedra. Y así sucede a todos los niveles en este país.
Las dificultades que enfrentamos diariamente con el transporte, la comida y las limitaciones en la adquisición de bienes elementales como la ropa y el calzado, no solo tienen causa en la política norteamericana contra la isla y en la crisis económica global; también nosotros tenemos una gran responsabilidad.
A tal extremo hemos llegado, que de continuar por donde íbamos -en la autocomplacencia de ponderar nuestros más legítimos logros en materia social, e ignorar las deficiencias en la producción y en los servicios- al modelo cubano podría quedarle unos pocos años.
Hoy el enemigo más fuerte es el cúmulo de males que hemos dejado crecer: la irracionalidad en el uso de los recursos; el deterioro de la agricultura y la ganadería; las inversiones inconclusas que dejan pérdidas; los subsidios y las restricciones en la venta de alimentos, materiales de la construcción y otros bienes; y algunas gratuidades, que lejos de emplearse en beneficio de los más consagrados, servían para el enriquecimiento de algunos con determinado poder. Incluso Fidel Castro alertó en noviembre de 2005 que los cubanos somos la única fuerza verdaderamente capaz de destruir lo logrado en medio siglo de socialismo, si no se enfrenta el delito y la corrupción.
Han pasado ocho años y Cuba está inmersa en una labor titánica por cumplir lo establecido en los Lineamientos. Y es “titánica” la palabra precisa, porque implica destronar -a casi todos los niveles- el desorden, la falta de previsión, la incompetencia, la corrupción, el inmovilismo, el acomodamiento y la idea de que “todo nos lo merecemos”, y que el Estado debe resolver todos los problemas por pequeños que sean, hace falta primero cambiar la mentalidad. Y esa es una tarea más difícil aún.
Si bien los nueva política económica y social aprobada en el 6. Congreso del Partido pautan profundas transformaciones, cuando se leen informes sobre la economía y afloran los incumplimientos de planes y de aportes, inferiores a las potencialidades de los territorios, y  se mencionan como causas la desorganización, falta de estrategia y control, da la impresión de que con los Lineamientos se hace algo peor que engavetarlos. Se repiten de memoria como si fuera una meta alcanzarlos solo en lo formal; en el plano real a menudo siguen cometiéndose los mismos errores.
La autocrítica se alza todavía como la bandera blanca de los derrotados, el discurso de que hemos fallado y que nos comprometemos a revertir lo mal hecho, suele ser la única respuesta y, con frecuencia, eso “mal hecho”, es lo mismo que se criticado durante años, y que se sigue haciendo.
Si no se toma en serio esta cuestión, como una tarea en la que cada cual tiene que saber lo que le toca y cumplir; si se continúa con la visión paternalista del cuadro que no mostró capacidad en la dirección de una actividad y se recicla para que dirija otra; si no se interioriza que que ya no son tiempos de discursos sino de hechos, será muy difícil salir a flote… y el tiempo de cambiar se nos acaba.

martes, 11 de junio de 2013

Mi primera entrada en Lengualibre

Hace tiempo que deseaba crear un sitio para pensar y hablar de Cuba con sinceridad. Pretendo que este sea tu espacio y el mío para decir con franqueza y respeto opiniones, sentimientos y todo cuanto provoquen los sucesos cotidianos o extraordinarios que genera esta Isla mía. Para echar a andar Lengualibre  cuento con la ayuda de amigos cubanos y extranjeros, enamorados como yo de este país,  gente buena que quiere divertirse y crecer, porque decir lo que queremos, lo que creemos justo, suele ser placentero y enaltecedor, -te lo digo yo, que no renuncio a defender mis verdades, cueste lo que cueste.
!Qué lo disfrutes!