martes, 3 de diciembre de 2013

Deliciosa y barata


Foto: Carlos Sanabia

Repican las manos sudorosas sobre el tambor, suenan también sartenes, cencerros, una corneta china y viejas piezas de hierro, una multitud viene tras los músicos.
Bailan frenéticamente, sudan, cantan y se contonean, tan juntos que rozan las manos y las piernas el cuerpo del otro.
Deliciosa y barata: así va la conga por esta ciudad de casas diversas. Negros, mestizos y blancos son  arrastrados por el contagioso ritmo.
Su nombre le viene de La Tata Cuñengue, personaje de un leyenda africana que al bailar aplastaba a todos los animales dañinos.
El toque caliente y sensual, vulgar y tentador, es un convite que no desprecian ni los más educados e instruidos que, aunque no se atrevan a meterse en el tumulto, siguen con los ojos el andar de la turba.
La conga vive en los barrios “perisféricos”, gracias hombres y mujeres que pasan 8 horas laborando y regresan a casa cuando el sol se apaga; gracias, también, a otros hombres y mujeres, que  deambulan vendiendo ilícitamente todo tipo de productos, sin los límites que imponen la moral y la ley.
Ahora todos van allí, coreando los versos de un canto sin poesía ni belleza, un reto a las buenas costumbres.
Los más viejos, desde sus sillones, miran el espectáculo y sonríen. A su memoria regresa la primera mitad del siglo XX, cuando en la extrema pobreza la conga ayudaba a los discriminados y desempleados, a escapar de su realidad miserable. Así sonaba también la época de comicios.
Cuentan que la conga nació como protesta de los campaneros esclavos del siglo XIX, quienes hacían tañer las campanas con su música negra durante eventos de blancos para manifestar rebeldía contra la prohibición de sus fiestas litúrgicas. Ahora es la música preferida en los carnavales.
Julio es el mes de la conga, las congas de todos los barrios santiagueros salen el día 17 en invasión, a rivalizar con sus toques mientras los bailadores levantan los pies alternativamente y mueven con gracia todo el cuerpo.


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